De porqué me gusta “él que hace la barbacoa”
En una conversación típica de mujeres, y ahora que mi situación
personal invita a ampliar el abanico de temáticas sobre las que interesarnos, hablábamos
el otro día de cuál sería el prototipo de hombre ideal para cada una de las
presentes. Yo no fui muy original en mi respuesta: inteligente, divertido, “buena
gente”… no me esmere mucho en contestar en ese momento. Por estas cosas de la vida, días después asistí
a una barbacoa, y recordé esta conversación encontrando una nueva respuesta mucho
más tangible y explícita. “¡A mí el que me gusta es él que hace la barbacoa!”. Me explico y detallo. Imaginad:
Pleno mes de agosto, sobre las 14 hrs. Típica reunión de amigos a la que está invitado hasta el Tato, porque es bien sabido que una barbacoa
despierta siempre el buen rollismo y la generosidad… y además, le gusta a todo
el mundo. Todos los comensales beben, conversan, se ríen… Unos, sentados en
torno a la mesa de plástico verde militar sobre la que se posan varios cuencos
de aceitunas rellenas de anchoa y patatas fritas de bolsa; otros, de pie
disgregados en grupos por la terraza, patio o jardín. Y a unos metros de
distancia, envuelto en una humareda gris, ahí está él: “Él que hace la barbacoa”, y que
no tiene por qué ser necesariamente el anfitrión del evento. De hecho, normalmente
no lo es, porque éste ya está ocupado atendiendo a los invitados, y siempre hay
alguien en el grupo que se encarga de hacer la barbacoa allá donde
se celebre. Estamos ante el "barbacoista itinerante".
Me quiero centrar en esa figura, en ese hombre que,
probablemente, no llevará puesta la camiseta y al que seguramente le estará
pegando de lleno el sol en la espalda (porque debe ser que las barbacoas si están puestas a
la sombra no le dan el mismo regustillo a la carne). Este hombre, que está sudando como un pollo, es un bendito porque apenas si rechista para pedir puntualmente que alguien
le acerque una cerveza y así evitar perder de vista los pinchos morunos, no se
le vayan a quemar. A ratos, también alza
la voz para reclamar un plato e ir reponiendo los manjares de los
que disfrutan los asistentes.
Cierto es que de vez en cuando alguien se le acerca y con la
boca pequeña le pregunta si quiere que le releve. Proposición que de pleno
rechaza el “barbacoísta”, porque es de esas personas que siempre acaba lo que
empieza. En la distancia, y a la sombra,
el resto de presentes le alaban mientras riegan sus gargantas, más que nada por regalarle los oídos ya que el
pobre se está tragando el marrón de estar pegadito al calor del infierno
durante cerca de 2 horas (recordemos que antes de hacer la barbacoa, hay que
encenderla, tarea compleja donde las haya y que le describe como un hombre de recursos, cual cromañón inventando el fuego). E irán saliendo los pinchos, los chorizos, la
panceta, las chuletas, y a ratos “Barbacoa-Man” se apartará un momento del
fuego para atrapar un trozo de pan y embutirle una salchicha ligeramente
aliñada por los goterones de sudor que le resbalan por la frente. Por supuesto,
apenas si la degustará ya que debe volver rápidamente a sus quehaceres.
Pues bien, ese es mi prototipo, esa es la persona que reúne los requisitos imprescindibles para ser mi hombre ideal. ¿Qué por qué?
- En primer lugar, por su “filantropismo”; por cuidar y alimentar a los suyos, además de por la sudada que se está pegando simplemente por amor al prójimo.
- En segundo lugar, porque él que hace la barbacoa demuestra claramente una fuerte capacidad de liderazgo, además de demostrar que no le importa asumir responsabilidades. De hecho, podría perfectamente establecerse como prueba de selección en una entrevista de trabajo (yo a los candidatos les dejaría puesto el traje y la corbata para llevarlos al límite).
- En tercer lugar, y como comentaba antes, él que hace la barbacoa siempre es la misma persona, indistintamente de dónde se haga, y eso evidencia rotundamente que este hombre es un tipo fiel, así como consistente.
- Finalmente, aunque no menos importante, yo me quedo con “él que hace la barbacoa” por la habilidad motora que requiere controlar las pinzas sin quemarse, a la par que rellenas los platos, le das un trago a la cerveza, y voceas en la distancia intentando participar de las conversaciones del grupo para no sentirte aislado… todo ello en condiciones “atmosféricas” límite, para más inri.
No sé si este año volveré a acudir o no a otra barbacoa de
amigos, pero lo cierto es que después de esta reflexión, lo que está claro es que el acontecimiento se
me antojara mucho más interesante.
PD: Quizá el post me ha quedado un poco machista. Seguro que
también hay muchas mujeres que se encargan de hacer barbacoas. En mi caso, yo
nunca he visto a ninguna, pero tampoco tengo mucho mundo, así que por si acaso,
me disculpo.
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