El té rojo sabe a alpargata

línea, además de que reduce el colesterol. Por lo que he leído, parece ser que tiene propiedades quema grasas, porque hace que el organismo se acelere. Todo esto es una razón de “peso” para hartarse de té rojo, y más aún cuando en la oficina contamos con infusiones variadas que los empleados podemos consumir sin coste. Hasta aquí todo correcto, el universo se ha puesto de acuerdo para que yo tenga acceso a la cantidad de té rojo que desee.
Y ahora me sirvo de esta anécdota, para
hacer un balance de cuantas cosas hacemos en nuestro día a día porque
consideramos que a larga pueden ser buenas para nosotros, aunque no tengamos
manera de comprobar que efectivamente lo son, y nos dejemos llevar por una mera
cuestión de fe. Y ahora yo me pregunto: ¿por qué tengo fe en el té rojo y en
sus propiedades? ¿Por qué cuando abro el cajón de las infusiones y contemplo
las bolsitas de agradable sabor menta poleo, no me atrevo a cogerlas, y cedo
ante las de té rojo sabor alpargata?
Pues la respuesta es porque creo que son buenas para mí, y que el desagradable respingo que doy en mi silla cuando tomo cada sorbo, es un granito de arena que aporto para el bienestar de mi organismo. Y en segunda instancia, ¿quién me ha convencido de que son buenas para mí? ¿Quién es el responsable de mi fe en ellas? Si al menos conociera a alguna eminencia asiática que como inventores del té, me hubiera informado personalmente de sus beneficios, podría tener sentido mi pequeña tortura diaria. Una tortura china esto de beber su té, desde luego. Sin embargo, solo he leído en alguno de esos blogs tan concurridos que nos dan los 10 trucos clave para mantener la línea, que el té rojo es un producto que contribuye a la quema de grasas. Algunos se flipan mucho más y te recomiendan té de todos los colores habidos y por haber (rojo, verde, blanco, negro), para conseguir cualquier efecto que desees obtener en ese momento: desde relajarte, contribuir a tu concentración en los estudios, evitar la caída del cabello, endurecer las uñas, mejorar tu tránsito intestinal, hasta favorecer tu rendimiento sexual. Sea lo que sea lo que quieras, te lo da un té, eso sí, siempre que elijas el color apropiado.
Pues la respuesta es porque creo que son buenas para mí, y que el desagradable respingo que doy en mi silla cuando tomo cada sorbo, es un granito de arena que aporto para el bienestar de mi organismo. Y en segunda instancia, ¿quién me ha convencido de que son buenas para mí? ¿Quién es el responsable de mi fe en ellas? Si al menos conociera a alguna eminencia asiática que como inventores del té, me hubiera informado personalmente de sus beneficios, podría tener sentido mi pequeña tortura diaria. Una tortura china esto de beber su té, desde luego. Sin embargo, solo he leído en alguno de esos blogs tan concurridos que nos dan los 10 trucos clave para mantener la línea, que el té rojo es un producto que contribuye a la quema de grasas. Algunos se flipan mucho más y te recomiendan té de todos los colores habidos y por haber (rojo, verde, blanco, negro), para conseguir cualquier efecto que desees obtener en ese momento: desde relajarte, contribuir a tu concentración en los estudios, evitar la caída del cabello, endurecer las uñas, mejorar tu tránsito intestinal, hasta favorecer tu rendimiento sexual. Sea lo que sea lo que quieras, te lo da un té, eso sí, siempre que elijas el color apropiado.
Pero este post no quiere ser un ataque a
los fieles al té rojo. Está bien hacer cosas por fe, porque creamos que pueden
ser buenas para nosotros, pero ¿por qué el menta poleo o cualquier otra infusión, no es una alternativa
tan válida? Mera cuestión de Marketing. Hay un señor o grupo de señores que en
un momento dado, decidieron convertir el té rojo en un producto crucial para
todos aquellos que luchan contra la báscula. Sin embargo, no existe una alianza de
“amigos del menta poleo” que pueda competir contra esto. Qué cruel es el Marketing amigos, como nos hace tomar
decisiones curiosas, y nos puede convencer de cualquier cosa, hasta de que
tomes una ración diaria de zumo de alpargata. A mí ya no me la lían más, yo me vuelvo a la manzanilla.
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