“Son cosas de mayores”
Si existe una frase que de pequeños escuchábamos con cierta
frecuencia por resultar un recurso recurrente de nuestros padres, es la
trillada “son cosas de mayores”. Con estas simples palabras un adulto te desmontaba,
y todo tenía sentido, aunque fuera un sentido codificado para ti en ese momento.
El vano argumento actuaba como una varita mágica, y simplemente lo dejabas estar.

De esta forma es que empecé a hacer memoria para recordar cuándo
los problemas que podemos catalogar de cierta seriedad, formaron parte de mi cotidianidad,
o cuándo tuve que tomar decisiones que marcaron mi destino, o cuándo mi
criterio empezó a tener peso sobre las decisiones de mi entorno… no supe detectar
ese o esos momentos, y seguí recapacitando un poco más. Quizá me hice mayor el
día que los problemas de otros me quitaron el sueño, o el día que las
decisiones de otros me dejaron sin aliento, o el día que perdí cosas que nunca recuperaría
para echarlas de menos eternamente.
Divagando y divagando, me di por vencida y cambié el
criterio (yo hago constantemente esto cuando veo que no llego a ningún sitio,
es la ventaja que tiene el ser flexible en la concepción tus propias opiniones,
que en cualquier momento las canjeas por otras para salir del punto muerto).
Así, avancé para pensar que tal vez
debiera empezar por el cómo en vez del cuándo. Un concepto mucho más abstracto y
menos matemático, que quizá me diera una fecha más concreta.
Retome la investigación por este derrotero: ¿Cómo pasó que
entré a formar parte del club de “los mayores”? ¿Qué pieza se sumó al puzzle de
mis vivencias para que el prisma desde el que observo el mundo ocultara su
tonalidad rosa? Y entonces entendí que yo misma ya había contestado a mi
pregunta segundos antes. El día en que me preocupó pagar la hipoteca, o cuando
tuve que romper vínculos con alguien que había marcado mi vida, o el día que
alguien me preguntó “¿qué hago?” y tuve que mojarme, o el día que me ví
obligada a callarme y mirar para otro lado, o el día que aprendí que hay vacíos
que no se volverán a llenar nunca. Todos estos días fueron el cómo y todos han
tardado 10 años en ocurrirme. Ahí estaba el cuándo.
Y no sé si es mejor o no pertenecer al “club de los mayores”, seguramente es peor, aunque por otro lado inevitable. Pero si hay algo que realmente me tiene absolutamente desazonada de este kit de adultos que de repente te cae del cielo, es darme cuenta que hay cosas que no están en mi mano, y sobre las que por tanto, no tengo absolutamente ninguna capacidad de control.
Ya llegando a Madrid decido 2 cosas; que no me gusta
conducir, al menos no a solas y tantas horas; y que no voy a permitir que las
cosas de mayores me quiten mi ilusión de niña. Y esto, precisamente esto, SÍ
está en mi mano. ¡Por fin una buena noticia!
He leido todos y cada uno de tus post y la verdad mas que felicitarte... debo decir que este me ha gustado realmente.... Una realidad en primnera persona como es hacerse mayor, digerida durante un viaje... Bienvenida al inevitable mundo de los mayores... Jovencita!
ResponderEliminarGracias por tu fidelidad :) Me gusta que este post te haya gustado especialmente, quizá es el más "sentío" de todos.
EliminarLo que hace la soledad al volante de un new beetle rojo pero como dice el refrán "no hay mal que por bien no venga"...tanto da por esa reflexión que por lo bonita que te ha salido en el ¿papel? me encantaaaa.......dicho esto no te preocupes por estar en este mundo de mayores porque tu para mi siempre seras ¡¡¡mi niña¡¡¡
ResponderEliminarSí que da para pensar y repensar, tanto que me aburro de mí misma a la altura de despeñaperros, jejeje... Soy mayor a medias y a ratos, así que tampoco nos alarmemos mucho. Y sí, siempre seré tu niña.
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