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Pedir perdón y dar las gracias

Este post me ha sobrevenido a eso de las 5 de la mañana, y es que he cogido la rareza de pensar en temas  potenciales  para el blog a horas un poco intempestivas.  El caso es que me ha salido del alma, desde ese alma de indignada/acomodada que vive en mí. Desde ya, y antes de iniciar el post, traslado mi más absoluta solidaridad para esos casi 6 millones de españoles que no tienen trabajo, pues son probablemente el principal motivo de preocupación del país. Sobre ellos se escribe a diario, y son, con razón y muy a su pesar, los protagonistas de la actualidad. Es por esto que me apetecía mirar al otro lado, y dedicar este post en tono de discurso mediocre, a los trabajadores afortunados que, como yo, sí tenemos empleo: De pequeños nos enseñan que dar las gracias y pedir disculpas son habilidades sociales que debemos aprender tanto o más que a vestirnos solos o a masticar con la boca cerrada. Si el panadero te regalaba una piruleta, tu madre te decía: “¿Qué se dice, h...

¿Cuál es tu legado?

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Debía tener no más de 9 años cuando en una clase de gimnasia, mientras mi profesora apuntaba en el cuadernillo de las notas nuestra puntuación saltando el potro, la vi escribir el número 7 de esa forma poco habitual que empleaba ella, poniéndole cuidadosamente el “palito” superior. De la manera más improvisada  e inocente, le dije algo como: “Seño Aurora yo también le pongo el palito al 7 desde que te vi hacerlo a ti”.  El caso es que recuerdo claramente por mi grado de asombro en aquel momento, como la “seño Aurora” se me derritió allí mismo y me plantó un beso como una casa… ya tirando de un poco de inventiva, yo diría que hasta se le saltaron las lágrimas. El caso es que en aquel momento, no entendí a cuento de qué podía hacerle tanta ilusión aquella manía que había cogido por copiarle el trazo del 7, la verdad.  Ahora, muchos años después, ha venido a mi mente este recuerdo con mucho cariño, y he querido desenterrarlo para hacer de algo pequeño una reflexión mayor. Y ...

Reciclando, recordando

Revisando algunos de los breves escritos que realicé hace ya bastante tiempo, me he encontrado con algunos que me han trasladado a otros momentos de mi vida. Y así, como medio reciclando medio recordando,  me he aventurado a rescatar alguno como homenaje a mi yo de hace 8 años. No sé si la evolución es más o menos evidente, espero que sí. Ha llovido mucho... COLGAR LOS GUANTES Con la boca curvada en un gesto muy distinto a la sonrisa se llenaron de vacío sus ojos oscuros. Cuando colgó el teléfono tenía el cuerpo dolorido, y el corazón distraído intentando equilibrar el pulso de su mala suerte. Sintió como sí hubieran transcurrido de golpe más de 30 años y su sonrisa de mentira se llenó de orgullo al apreciar los recuerdos de una vida que ya estaba consumida. Cruel revelación que mantuvo a raya hasta que reconoció no ser capaz de digerirla. Salió de casa para reencontrarse con el mundo, angustiado y sosegado a la vez, de saber que pocas serían ya las veces que tendría que subirs...

“Son cosas de mayores”

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Si existe una frase que de pequeños escuchábamos con cierta frecuencia por resultar un recurso recurrente de nuestros padres, es la trillada “son cosas de mayores”. Con estas simples palabras un adulto te desmontaba, y todo tenía sentido, aunque fuera un sentido codificado para ti en ese momento. El vano argumento actuaba como una varita mágica, y simplemente lo dejabas estar. Y precisamente ayer cuando regresaba a Madrid después de un fin de semana en familia, vino a mi mente esta expresión. No se puede decir que ahora a mis 31 me haya hecho mayor, obviamente no, pero ayer quería identificar en qué momento esto pasó, porque ese instante tan trascendental me había pasado absolutamente inadvertido. Y como tenía 4 horas de camino en solitario, me propuse echar la vista atrás para encontrarlo. De esta forma es que empecé a hacer memoria para recordar cuándo los problemas que podemos catalogar de cierta seriedad, formaron parte de mi cotidianidad, o cuándo tuve que tomar decision...

De mayor quiero ser “morning-singer”

Aviso a navegantes que este post incluye una alta dosis de contenido irónico y/o sarcástico, pretendiendo retratar a una tipología de personaje con el que convivimos a diario y que tanto influye en nuestras vidas, hablamos del “cantamañanas” o “morning-singer”. Por restar drama al artículo, me he permitido el utilizar este alias, aparentemente inofensivo, para definir a un personaje que lejos está de serlo. Igualmente, aprovecho para reconocer el uso extremado  de tópicos  y alguna que otra desviación de la realidad a modo de licencia literaria. “Yo una vez quise ser “morning-singer” ,  afirma el sujeto Y .  “Creo que era algo totalmente vocacional y siento por momentos que casi acaricié esa posibilidad. Para mí el perseguir la aprobación y el reconocimiento del resto, era una necesidad que llevaba dentro. Admito que lo intenté en repetidas ocasiones, y aún lo sigo haciendo, pero nunca logré calar en una masa de adeptos suficientes como para considerarme un ge...

El amor tiene dos caras

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Aunque el título del post se prometa muy cursi, aviso desde ya a los lectores que NO voy a hablar de relaciones de pareja al uso , sino de otro tipo de relaciones que me parecen casi tan interesantes como desconcertantes: las relaciones de las marcas con sus consumidores. Ríos de tinta han corrido tratando este tema, y lamentablemente yo no creo que pueda aportar una visión novedosa a todo lo que expertos en branding ya han compartido con el mundo. Si bien, es un tema que me apasionada, y sobre el que deseaba escribir un post. Y es que a mi parecer, la relación que mantenemos con las marcas, tiene todos los ingredientes para entenderse como una relación de pareja en todo regla. Desde el momento del enamoramiento, pasando por la convivencia del día a día, y acabando con la ruptura (cuando desgraciadamente se da, lo cual sucede en no pocas ocasiones). Enamorarse de una marca: ¿Por qué nos enamoramos? Básicamente porque lo necesitamos, incluso cuando no queremos reconoce...

El timo de calentar la silla

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Había una vez un trabajador joven, aunque sobradamente preparado. Eso que se llamó en algún momento de los 90 JASP, gracias a una excelente campaña publicitaria de una marca de automóviles. Este chico, que también podría ser una chica, pero en este caso el género es indiferente,  encontró un empleo que a priori cumplía sus expectativas.  Marcos, que así le llamaremos, se esforzó por empaparse de los entresijos de la estrategia de la compañía y del sector, y se cultivó en aquellos aspectos que consideraba debía potenciar.  Mostraba una excelente actitud ante aquellos retos que le proponían emprender, y en todo momento aportaba a sus proyectos esa expresión que está ahora tan de moda: “valor añadido”.  Además, este joven contaba con un aspecto curioso, y es que tenía una vida privada además de su trabajo, a la que daba suma importancia porque entendía que esta faceta de su vida era el auténtico motor de su felicidad. Tras varios años cumpliendo con éxito su lab...