Como lágrimas en la lluvia


Dicen los soldados que regresan de una guerra que ya nunca volverán a ser los mismos.  Bueno, eso he visto en películas y documentales y leído en libros y diarios. Gracias a la suerte, nunca conocí a nadie que hubiera estado en un campo de batalla real. En España, en el siglo XXI, no hay guerras de metralla y granadas. Los ciudadanos corrientes no salimos a la calle pensando en si volveremos a casa con vida. En este país estamos libres hoy de esas guerras, lo que por otro lado, no quiere decir que vivíamos en paz, pero eso es otro tema.


Por otro lado, el ser humano como animal (“racional”) que es, está provisto de armas innatas para sobrevivir a una guerra de la índole que sea.  Evolucionados como decimos ser, rodeados de las comodidades de la sociedad del bienestar, no perdemos ese instinto que siglos atrás regalaba al hombre de las cavernas un día más.  Y ahora no hay que cazar para comer, aunque seguimos saliendo de cacería.

Estos dos conceptos: guerra y supervivencia, han estado muy presentes últimamente en mi cabeza. Y en medio de esa contienda de pensamientos, me surgía la duda de cómo se etiquetaban los bandos. Si les preguntas a buenos y malos, todos se meten a sí mismos en el primer saco.  Seguramente preguntes al propio Hannibal Lecter, y éste aseguraría que él es el “bueno”. Cosa que nunca dejará de sorprenderme, porque si en el mundo todos somos buenos ¿por qué pasan cosas malas? ¿quién las promueve? ¿la providencia? ¿el azar? Preguntas de niño de 6 años que aún sigo haciéndome, y eso de que todos somos las dos cosas según las circunstancias, lo siento, pero no lo compro. En cualquier caso, no seré yo quien juzgue, y no por miedo a ser juzgada, sino porque hasta que no conozca a un “malo” que se sepa el “malo”, no daré por hecho que mi radar de calcular la naturaleza de las intenciones esté 100% calibrado.

Lo que sí es un hecho que nadie puede discutir, sin necesidad de rotularnos en el pecho las credenciales de un equipo u otro, es que las guerras dejan huella. Las heridas de guerra no se borran, y descubrir por casualidad un indiscreto destello de luz en los ojos del moribundo cuando el mal ajeno le devuelve un ápice de esperanza… eso os prometo que marca, y te da una nueva perspectiva sobre la esencia más primitiva que aún conservamos desde que el hombre es hombre.

He visto cosas que vosotros no creeríais”, decía en la escena final de la película Blade Runner el replicante Roy Batty.   Permitiéndome una amplia licencia de dramatizar, suscribo al personaje. Y es que cuando hablamos de supervivencia, la imaginación puede quedarse corta. Pero quiero entender que los instintos son actos reflejos y como tales, no se controlan. “Todos esos momentos se perderán en el tiempo...”, proseguía. Ese será el mejor destino que les puedo dar, dejar que se pierdan en el tiempo “… como lágrimas en la lluvia”, concluía.



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