Basado en hechos reales

Martes, 8.35 de la mañana. El ascensor se cierra y casi en simultáneo, yo cierro la cremallera de mi plumas echando un último vistazo de reconocimiento en el espejo. Chipi me mira resignado mientras espera a  que las puertas del ascensor vuelvan a abrirse para reanudar el camino que le llevará a la calle. Son malas fechas, hace frío, y el paseo matutino, aunque obligado, se le hace cuesta arriba. Un ligero brinco de la caja elevadora anuncia que “hemos llegado a nuestro destino”. Hago un giro sobre mis pies para mirar de frente a la salida justo antes de que la puerta se abra, nunca se sabe si alguien puede estar esperando al otro lado y pillarte "in fraganti" en ese momento íntimo de chequear que no hayas olvidado alguna legaña.  Y entonces llega el momento fatídico que desmonta una perfecta monotonía. Las llaves se precipitan de mis manos para lanzarse al vacío. Y no cualquier vacío, sino el vacío que las llevará directamente al interior de la rendija oscura y misteriosa que separa la primera baldosa del portal del perfil metálico del bordillo del ascensor. Un tintineo sutil notifica que las llaves han tocado fondo una milésima de segundo después de abandonar mis dedos. Lo curioso es que la cara de tonta que se te queda dura más de lo que tardaron las llaves en desaparecer frente a tu mirada confusa. 

“¿Pero no que esto solo pasa en las películas?” De los creadores de “Casi me quedo tuerto por mirar a través del agujerito del bote de ketchup mientras apretaba porque parecía que ya no quedaba”, o “Me pillé la falda con las medias y estuve toda la mañana enseñando el culo en la oficina sin coscarme”, o “Se me enganchó el tacón en una alcantarilla y me hice un esguince de tobillo mientras fingía frente a los transeúntes que había sido un simple tropiezo”, u otra, el título estrella de estos afamados guionistas fans incondicionales del cine inspirado en la cotidianidad “Móvil se arroja al váter” (este título es más breve, no necesita más descripción, pues todas las estadísticas demuestran que el 99,9% de la población ha vivido o vivirá esta experiencia en algún momento de sus vidas).

Volviendo a las llaves desaparecidas y a mi cara de tonta pasmada, y a ese momento que piensas en lo feliz que eras un segundo antes, cuando ignorabas tu cruel destino. Perpleja aún, decidí no romper el ritmo del inicio del día, y madurar una solución manteniendo la planificación de mi rutina, pues Chipi no entendía de llaves perdidas.  En ese momento, el animal solo quería acabar cuanto antes con su suplicio, hacer sus deberes evacuadores, para volver veloz al sofá calentito (pobre ignorante, sin llaves su sofá estaba tan lejos de nosotros…). Salí, entré, subí la calle, la bajé, e  ideé un plan de emergencia máxima, que estaba a punto de activar cuando entonces apareció él. Envuelto en fina lluvia y con la sonrisa afable que siempre le caracterizaba. Mi final feliz frente a mis ojos,  mi salvador de pelo blanco: “el Portero, ese gran desconocido”. En apenas 3 minutos y 40 segundos resolvió mi problema, al tiempo que consiguió hacerme sentir menos torpe, asegurando que  rescatar llaves del hueco del ascensor formaba parte, prácticamente, de sus tareas diarias, que no lo tenía detallado en contrato de puro milagro. Doorman cogió unas llaves mágicas que guardaba en un cajón igualmente mágico de su oscuro cuartillo de personaje misterioso, y me dijo cordial “acompáñame”, y ahí me dejé llevar a la aventura de recuperar mi vida trastocada por un revés inesperado. 

Ya en el portal bajamos los 3 a la última planta, y con sus mágicas llaves abrió la puerta del ascensor para dejar ver el fondo. Un interruptor que parecía diseñado especialmente para personas que pierden llaves por el hueco del ascensor, hizo la luz. Y allí estaban. Sólo fue necesario para culminar la gesta, un palo con poderes sobrenaturales que contaba con un garfio en uno de sus extremos.  Y todo resuelto. 

De camino al trabajo, con apenas 3 minutos 40 segundos de retraso con respecto al planning inicial, pienso en él. En su pelo blanco, en su timidez buscando una conversación jovial que aportara normalidad a mi latente desesperación. En un momento dado dijo: “… lo único que llegarás un poco más tarde al trabajo”, “no pasa nada”, respondí, “eso es que eres la jefa”, me contesta sagaz, “Sí, sí, la jefa…”, concluyo con tono mordaz.  

Comentarios

  1. Hola Betsaida! Hoy he experimentado lo mismo que tú al caerme las llaves del coche por el hueco del ascensor a las 6:00 a.m cuando me disponía a ir a trabajar. Por desgracia en mi finca no hay portero, así que no las he podido recuperar de momento pero al menos me has hecho reír muchísimo mientras buscaba en internet una solución para sacar las llaves. Gracias porque hacía tiempo que no me reía tanto!

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    1. Gracias a ti Mar por tu comentario. Me alegra mucho que te hayas echado unas risas con el post, ese era el objetivo así q no podría estar más contenta ;) Por cierto, también tengo una de llaves de coche, pero espero que las tuyas hayan tenido mejor fin. Y te mando todo mi apoyo por tener que currar en agosto (aquí otra sufridora en silencio)

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