Madre Primeriza - ¿Niño o niña? ¿Qué prefieres?

Yo siempre tuve claro que quería ser madre, y cuando me imaginaba en ese contexto, también tenía claro que prefería tener una niña a un niño, hasta que realmente estuve embarazada y entonces deseé que fuera chico. Parece que cuando llega el momento de la verdad es cuando se rompen los esquemas. De la misma manera que ya tenía previstos una batería de posibles nombres, y no usé ninguno. Todo era tan especial, que el tiempo invertido durante años en buscar un nombre ideal para mi futurible hij@, era insuficiente, había que esforzarse más. 

Mi bebé con mes y medio
Gala con mes y medio, y yo ojerosa.

Como decía, siempre quise tener una hija, y el día que me dijeron que sería una “princesita”, tuve sentimientos encontrados. Desde que supe que estaba embarazada y hasta la semana 20 que no tuvimos claro el sexo del bebé, preferí claramente que fuera un niño. Sí, ahora es cuando aprovecho que es el Día de la Mujer para contar lo difícil que es el camino de las mujeres. Sé que soy poco original, y que ya han corrido ríos de tinta para contar de mil maneras diferentes que estamos muy lejos de vivir en una sociedad de iguales. Me da lo mismo, siempre me parecerá poco cuando de lo que hablemos sea de injusticia, y mientras siga escuchando el torpe comentario de "es que acaso existe un día del hombre trabajador?".
El 26 de febrero de 2016 a eso de las 5 de la tarde, estábamos en la consulta de Ecox esperando ansiosos ver a mi pequeñ@ garbancit@. Las apuestas se decantaban porque sería una niña. Yo, sinceramente, creía que sería un niño. Rápido se vio, “es una princesita”. Mi madre feliz, el padre de garbancita no tenía grandes preferencias, así que también contento. ¿Y yo? pues feliz porque lo importante era que todo estaba bien, pero cada vez que la empleada de Ecox se refería a mi chica como “princesita”, me entraban unas ganas inmensas de mandarla a la mierda. “Yo no voy a tener una princesa”, deseé decirle con vehemencia y haciendo buen uso de mi malafollá granaina, pero me contuve. Me enerva pensar que ya incluso antes de nacer se impongan los clichés, y que se nos trate como seres delicados portadores de zapatos de cristal. Perdí la cuenta del número de veces que se refirió a Gala como “princesita”, así como perdí la cuenta de las veces que quise estrangularla a pesar de la inspiradora música que acompaña la experiencia de la ecografía 4D.



Lo cierto es que hasta que no supe que sería niña, no me di cuenta claramente que mi preferencia era tener un hijo. Es como cuando no sabes que pedir de primer plato del menú, dudas entre dos,  te decides por uno, y justo cuando te lo ponen delante es cuando realmente comprendes que preferías el otro (igual si te ponen el otro, hubieras pedido el que tienes delante, ¿quién sabe?) Y como quería que todo en mi embarazo fuera ideal y no tener ni el mínimo atisbo de que mi bichito era la persona más perfecta del universo, fuera cual fuere su sexo, hice introspección para entender el por qué de mi preferencia, y por momentos sentí una profunda tristeza. Me vi a mi misma luchando contra los elementos por tener la carrera profesional que creo merecer, me vi abocada al inminente ostracismo profesional que mi nueva posición como futura madre me traería, y viajé más atrás en el tiempo… y me vi insegura ante el espejo porque nunca seré una talla 36, me vi adolescente intentando ocultar mis pechos con camisetas amplias porque eran demasiado protuberantes para mi edad... y pensé en cómo hubiera sido mi versión masculina, lo diferente que sería todo, y no porque no haya hombres con complejos o inseguridades o dificultades para desarrollarse profesionalmente, pero el universo sabe que la crueldad con las mujeres no conoce límites. Y lloré. Sí, lloré de pena, por mí y por mi hija… y por las hormonas.

No me malinterpretéis, no quiero una vida fácil para ella, bueno, sí la querría, pero eso es una utopía. Tampoco quiero que mi afán de protegerla de futuras guerras, le haga perderse la diversión de superarlas con éxito. Me tocará ser malabarista y, llegado el momento, espero estar a la altura. Al fin y al cabo, tenemos que jugar con las cartas que nos tocan, sean las que sean, así que construyamos la mejor jugada posible. 

Pasado el mal rato, me enjugué las lágrimas y las hormonas, de paso. Y siguiendo con el analogismo de las cartas, me decidí a sembrar las bases para la jugada perfecta. Tengo clara la maniobra (otra cuestión es que pueda llevarla a cabo, mi compromiso desde luego, es pleno). “Efectivamente, yo no voy a tener una princesita”, me dije, “voy a dar a luz a una guerrera… una princesa guerrera”. El culmen hubiera sido llamarla Xena, afortunadamente para ella, no estoy tan desequilibrada. Y la enseñaré a ser guerrera y a ser princesa a la vez. A tener la sensibilidad, la bondad y el liderazgo de una princesa de cuento; y el arrojo, la sabiduría y la ambición de una guerrera. Y así llegó ella, enfadada con el mundo, mostrando su carácter y su luz. Risueña e impaciente, no puede tener más semblante de guerrera, ni más rostro de princesa. 

Nos queda un largo camino por andar juntas, pero juro que no cejare en mi empeño hasta que no haya mujer más orgullosa de serlo que mi princesa guerrera.

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